Siempre que se habla de riesgos naturales extraterrestres suele pensarse en meteoritos, como el que acabó con los dinosaurios. Pero uno de los efectos a los que estamos más expuestos es a fuertes tormentas solares, lo que se llama «Efecto Carrington».
El efecto Carrington se produce cuando una tormenta solar afecta a la Tierra de una forma especial. Este nombre se debe al apellido de Richad Carrington, astrónomo aficionado, que presenció la mayor erupción solar de la que se tiene constancia en 1859.
Al día siguiente de dicha erupción solar se observaron cielos muy rojos debido a las auroras boreales en ciudades como Roma o Madrid.
Las auroras boreales se producen cuando el viento solar choca con el campo magnético de la Tierra. Al chocar los electrones contra la atmósfera se genera un plasma, que es lo que da esos colores que se observan en algunos lugares, generalmente cerca de los polos, en determinadas épocas del año. Ello ocurre porque esas partículas consiguen sobrepasar nuestro escudo protector, la magnetosfera.
Uno de las consecuencias de esta tormenta solar es que los sistemas de telégrafo de Europa y América del Norte fallaron provocando cortes y cortocircuitos, generando numerosos incendios. Entonces las consecuencias no fueron muy graves porque los sistemas eléctricos no estaban tan globalizados ni habría tanta dependencia de las comunicaciones, internet, electricidad,…
Una erupción similar en la actualidad generaría un fallo en cadena, los satélites artificiales dejarían de funcionar, no funcionarían los teléfonos móviles, ni la radio, los apagones eléctricos serían continuos y de grandes dimensiones, lo que provocaría que no tuviéramos agua (mucha de ella se bombea), televisión, internet, o capacidad de congelar o enfriar la comida (oh no!!! no habría cerveza fría), entre otras muchas cosas… Todo ello se alargaría durante semanas, o incluso meses.
Un pequeño ejemplo de esto ocurrió en mayo de 1967 cuando los sistemas de radares de EEUU encargados de detectar la posible llegada de misiles rusos (en plena guerra fría) se quedaron fuera de combate. Dos de las tres estaciones existentes entonces (Alaska, Groenlandia y Reino Unido) no funcionaban. En un principio los americanos creían que habían sido inutilizadas por el ejército ruso, ya que las dos estaciones que dejaron de funcionar fueron las ubicadas más al norte (Groenlandia y Alaska). Tanto es así, que los militares estadounidenses decretaron el estado de alerta. Los bombarderos atómicos se prepararon para el contraataque, llegando a estar en pista. Afortunadamente no despegaron. Si hubieran despegado no se habría podido revertir el ataque porque la tormenta solar habría afectado a las comunicaciones de radio, incomunicando al avión con la base de control.
Afortunadamente la AWS (Servicio Meteorológico del Aire) entendió que el bloqueo de las señales en las bases del ártico se produjeron por una tormenta solar y avisaron al ejército americano antes de que despegasen los aviones.
Según los registros, las tormentas solares relativamente fuertes se producen cada 50 años, la última que nos afectó se produjo el 13 de noviembre de 1960.